martes, 27 de mayo de 2008

Los ojos del corazón.

Temprano en la mañana llegue al hospital, preví los inconvenientes del transporte de manera tan exagerada, que me ví a las 6 y tanto en los vacios pasillos. Por el que transitaba, un ciego se aproximaba en dirección contraria desorientado al parecer por el laberíntico diseño y la ausencia de señales que le guiaran hasta la salida. Me acerque y le propuse ayudarlo, al responderme afirmativamente, tome su mano derecha con suavidad, poniéndola en mi hombro izquierdo, quedando yo algo adelantado con respecto a él, y el detrás sólo guiado, no llevado; es como prefieren los invidentes que se les ayude, permitíendoles hacer uso de sus aguzadas facultades restantes, al faltar la principal, en caso de que adviertan el peligro que nosotros con los 5 y videntes, no acistamos. Al llegar a la salida, me dió las gracias y me pregunto si tenía algún familiar ciego, le repondí que no y así nos despedimos.
La historia de por qué yo supe conducir al ciego, era extensa para ser contada en la premura diaria y no me gusta que se me halague por hacer algo que es y debiera ser natural a la mayoría, incluso, debiera incluirse en los planes de estudio; a menudo lamento no saber el idioma de las señas, me daría un lugar entre aquellos impedidos de comunicarse como lo hacemos la mayoría, a través del habla, otra cuestión que puediera ser electiva en los planes de estudios por los estudiantes; copmo se dice, nadie nace sabiendo y aquello que puede parecer trivial o intrascendente, cobra importancia cuando se trata de la convivencia y la natural predisposición a servir al necesitado.
En la adolescencia, un vecino invidente, muy hábil con sus manos, nos llamaba la atención con los inventos y los artefactos construídos, así, construyó una piedra de amolar de pedal, con poleas incluídas, luego, nos hicimos visitantes habituales a los juegos de dominó a la luz de un candil, luego nosotros mismo, colocamos un bombillo, porque ciertamente ibamos en desventaja con la pobre luz. Persona magnífica en su desgracia, aun recuerdo algunas conversaciones, como aquella en que me contaba su último recuerdo visual, de muy pequeño, una gran luz, una plenitud de colores, así lo describía. De aquel tiempo, tengo el recuerdo cálido también, de los grandes y buenos corazones de mis amigos, uno de ellos, por ejemplo, al conocer que nuestro amigo ciego no se había bañado en el mar, organizó la expedición entre las quejas de los familiares y las preocupaciones que despertó tal idea; de esa manera, nos vimos luego con el inolvidable espectáculo de aquel hombre, que vencido el primer temor natural de lo desconocido y por entrar al mar caminando sobre arrecifes, la sonrisa natural de los ciegos era esta vez de una persona como nos, sus ojos, que normalmente buscan hacia arriba quien sabe si la luz que les falta y saben que pende sobre ellos, se movían en varias direcciones, era como un pequeño con juguete nuevo.
El tiempo ha pasado, ya él no existe, luego nos, tampoco, pero esto que escribo, quien sabe si despierte alguna que otra inteligencia dormida, algún que otro corazón desencantado o dormido, si saben que fuera, hay quienes más que necesitar de nosotros, nosotros necesitamos mucho más de ellos.
A menudo, se da dinero a paises, se envía comida, medicinas, etc, ellos son como niños o ciegos, porque acaso quien no sabe ¿no es como el que no ve?; pero más que esto, como los invidentes, necesitan quien les tome la mano, pero le dejen andar según sus sentidos restantes.
Muchas veces se ayuda, pero se ayuda mal, porque no se sabe como. Quizás más que todo, será necesario como reza Feliciano, ver con los ojos del corazón.

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